lunes, 12 de octubre de 2009

clasificar no es entender

Abolir la distancia entre el lenguaje y las cosas, para eso sirve la poesía, el hombre es un surtidor de evidencias. El lenguaje es simbólico porque trata de poner en relación dos realidades heterogéneas, al hombre y a las cosas que nombra, pero claro, el lenguaje sólo es capaz de reducir a equivalencias, a cosas generalizadas, la imperfección concreta de la heterogeneidad de cada cosa, es decir, nos servimos de símbolos generales para nombrar cada árbol que es único, concreto, a cada piedra la llamamos piedra, a cada persona la llamamos tú, y cada ladrillo es un ladrillo y cada árbol es como un armario. Con la metáfora, conseguimos que no desaparezca la particularidad de cada cosa, porque el hechicero hace que salte el vino y se rompan todos los electrodomésticos. 

Podemos elegir: o trasformamos nuestra vida en poesía o hacemos poesía con nuestra vida, o las dos cosas o ninguna de las dos. Podemos coger una carretilla mientras fumamos un Mallboro y llevar sacos de cemento para preparar la masa con que llenaremos el encofrado, podemos llegar a casa y decir hola querida qué tal los niños podemos atarnos los cordones mientras pensamos en qué camisa nos vamos a poner o bien, podemos, podemos mirarnos al espejo y hablar como Cortázar “cuando te regalan un reloj…” y hacer listas de los escritores que nunca vamos a leer.

Lo poético existe porque nosotros existimos, lo poético no está fuera, no es un atardecer, nosotros le damos el ser poético a lo que de por sí no es más que realidad, mundo, ropa sucia por el suelo, programación de madrugada. El trozo, la carne, el bistec, las rodajas de merluza con aceite y perejil. La poesía nace de la creación voluntaria, lo poético del azar, pero ni una cosa ni la otra existen sin una inteligencia creadora, perceptora, una percepción creadora. Es decir, YO.

domingo, 11 de octubre de 2009

proyecto 25: mi tercer libro

El poeta es la esfinge, el poeta es el holograma, el poeta es el hacedor de los sandwiches de atún con mayonesa para merendar a media tarde.

Mi proyecto. Me siento en una silla de madera, mantengo recta la espalda, escucho Hercules and Love Affair para no escuchar la calle. Después de CONFESIONES DE UN SOLTERO AUTOPOÉTICO y de ALGUIEN QUE SEA YO (de próxima publicación) me propongo escribir algo que no es poesía, mejor, que no es poema, algo de prosa que diga y que cuente y que relate. Tengo que releer EL ARCO Y LA LIRA, tengo que releer LAS COSAS, releer UN HOMBRE QUE DUERME, tengo que acotar, tengo que pensar, meditar y escribir primero qué es la poesía, qué significado tiene para mí, poner por escrito lo que cuento en LA PELUSA EN EL CRISTAL (buen título para otro libro) una vez al mes en distintas bibliotecas de Alicante. En mi proyecto, que llamaré a partir de ahora… NÚMERO 25 (en homenaje a la sinfonía nº 25 de Mozart que he tenido que poner porque no hay quien escriba escuchando al Hércules ese de los cojones), en mi proyecto, digo, rescataré algunos textos donde aparece Pauline (Beatrice, la Maga, el logos, incipit la vita nuova), donde aparece Michelle Djerzinski (el coleóptero apasionado de los domingos), donde aparece Edgar Quinet (el niño que vive en una nube de hidrocarburos), donde aparecerá mi ojo izquierdo Danilo T. Brown y donde hablaré de mi poética y de mi vida y de la gente que conozco, Sr. Kander, Sr. Lunes y lo que vaya dictándome la vida y mi mala cabeza. No una novela, eso queda claro, NÚMERO 25 no será nada, seré yo, será mi mente, a lo mejor se parece a algo de lo que escribe TAVARES, a algo de lo que escribe ROGER WOLFE, a lo que escribo, por supuesto, yo, en estos diarios y en otros. Primero escribir sin parar, escribir cómo, en qué consiste mirar con el ojo izquierdo, releer a CORTÁZAR, la necesidad de la costumbre, de lamerlo todo cada día hasta que la costumbre, de hacer las cosas sin mirar y sin darnos ni un minuto para, de no levantar la cabeza porque ya sabemos lo que, escribir, escriturar, tomar nota, levantar acta, apuntalar los metros cuadrados en que consiste el mundo, luego volver a escribirlo con ese ojo que tengo y que es marrón y que lo ve todo gris y que ve las mismas cosas que el derecho pero se fija, se cuestiona, se detiene, lame otra vez lo ya lamido, mira de nuevo lo ya mirado, el ojo que abrirá otra vez el mundo y yo que lo significaré y diré entonces esto y esto y aquí, el poema, la moneda, la cucharilla que tiembla, la pelusa en el cristal de las gafas, ese excremento que no vemos, esa suciedad de los cristales a la que nos acostumbramos, el tacto por ejemplo del calzoncillo o las bragas en nuestra piel que ya es más piel que nuestra piel mal depilada. Escribir cómo se conocen Edgar y Pauline, cómo se conocen Michelle y Edgar, qué hace el Sr. Kander (por ejemplo, elabora listas, el Sr. Kander lleva años elaborando un canon de escritores morbosos y siempre tiene la casa en obras, no puede hablar sin soltar de golpe el nombre de 20 ó 30 autores con sus títulos clave y preguntarte si los has leído y qué te parecen y tú qué sabrás si no tienes criterio, claro y al darse la vuelta ves que le asoma del bolsillo una espátula y tiene el pantalón lleno de polvo, yeso, cemento-cola, o aguaplas), todos se conocen, pero no hay trama, hay poesía, la clave estará no en el argumento, sino en mi forma de contar cada capítulo, cada cosa, esto será un poco como HISTORIA DE CRONOPIOS Y DE FAMAS, o como los SOMPATAS de Carlos Lapeña, pero no será igual, porque será mío, y será mejor. Delimitar el mundo y separar lo que es real de lo que no tiene importancia y una vez sepamos qué es eso que no tiene importancia, hacerlo durar y darle espacio, meterle líneas y capítulos, meterle metáforas a lo que me importa un pito y tirar y escribir y ver qué sale, y pasárselo uno bien. Sólo las gilipolleces son importantes, no las grandes cosas, no los eternos dramas, no la roca de Sísifo ni la carne es débil, sólo aquello que está sin estar, aquello de lo que nadie habla en las noticias, de esta monedita, este tapón azul de plástico, el crujir de la madera del parquet. 

CONTINUARÁ

ACTUALIZACIÓN.

Escribir cosas tal que:

vida cuántica 8

Las puertas están ahí, las panaderías, los pequeños restaurantes donde cocinan unos noséqué increíbles con salsa de roquefort y picatostes. Pauline me invita a comer esos noséqué en un restaurante que hay cerca de la Plaza de Santo Domingo. En cuanto nos sentamos me dice que ayer o antes de ayer, que vio a Cortázar comiendo tortellini justo en aquella mesa del fondo, y se pone muy seria y dice que sí, que de verdad, que era Cortázar, que estaba ahí, y que te lo juro, con barba y gafas de pasta negra y bebía cerveza y no paraba de fumar. Yo hago como que me río de ella y le digo que no, que jajaja, que venga hombre, no me lo trago, que eso es mentira y le hago una foto con el móvil antes de que pueda girar la cabeza o taparse la cara con las manos. No seas idiota, dice, de verdad, de verdad que era Cortázar, lo dice con la boca llena de queso y palitos de pan, estoy segura, puede que acabara de llegar de París o Buenos Aires o a lo mejor venía de enterrar un paraguas en el Jardín Botánico o de comprar discos de Johnny Cárter en la fnac y además traía los ojos tristes, no sé muy bien por qué, traía los ojos tristes y no dejaba de mirar hacia la puerta del servicio de señoras y llamaba todo el rato a un camarero por el nombre de Rocamadour, pero tu no me entiendes, claro, porque tú nunca has leído más allá del capítulo 7 y no sabes qué es un Mondrian o un Vierira da Silva y te da igual si aquí o allí o ahora, tú quieres pruebas ¿no? quieres algo definitivo y transparente, quieres una autopsia, meter los dedos, quieres que te diga que dos más dos son cuatro o que la distancia más corta entre dos puntos es, porque la gente como tú es la que siempre le pregunta al camarero los ingredientes de un plato antes de elegir o la que necesita todos los papeles encima de la mesa de su despacho a primera hora de la mañana o la que se queda en casa los domingos leyendo el periódico o planchando sábanas delante de la tele o cualquiera de esas cosas que se supone que uno hace poco antes de morir. 

escrito hace mucho tiempo